martes, 1 de septiembre de 2009

Wimpi, un genio de dos orillas

El tamaños de los sueños

El tipo se hace, por lo general, pesimista, a fuerza de ir viendo lo que les pasa en la vida a los optimistas. Hay un optimismo capaz de producir pesimismos.
Es el de los optimistas que enajenan el presente, que desatienden la hora en que se vive.

Aspirar a la plenitud, es un modo de conspirar contra ella. Quien aspira a mucho, en efecto, siempre se siente defraudado por lo que pudo, luego, conseguir.

Cada hora de la vida tiene una riqueza, un significado, un sentido. Cuando el tipo no aprovecha esa riqueza, no advierte ese significado, no entiende ese sentido,
ha sufrido una pérdida que ya con nada podrá compensar.

No es optimismo auténtico el de quien espera confiado a que la realidad llegue a tener el tamaño de sus sueños: lo es, en cambio, aquel capaz de vivir su
sueño como una realidad.
Esperar a que una ilusión se realice, es una falta de respeto para con la ilusión. Esperar a que se transforme en una cosa que pueda tocarse o guardarse en un cofre
o ponerse en la heladera, es quitarle a la ilusión sus valores más ciertos, su gracia más diáfana y su gloria más pura. Es confundir a la ilusión con un pagaré.

Dicen los pesimistas que no puede haber felicidad completa, porque están aburridos de ver la decepción de los optimistas que creían que podía haberla.

Pero es que la felicidad no es nunca una cosa hecha: se va haciendo. No se trata de que el tipo piense que llegará a ser feliz: se trata de que, lúcido, vaya siendo
feliz.

A cada momento el tipo llega a algo. Lo malo es que no se da cuenta. Nada de lo que pasa, pasa. Todo se hace nuestro. Y el tipo, que siempre quiere apoderarse de todo, nunca sabe ser dueño de nada.

La felicidad no puede estar al final de ningún camino: debe ir estando en el camino. No es, nunca, una cosa hecha: es intención y referencia, es conciencia y fe.
No busca el camino hacia una cosa: se hace, entre las cosas, un camino.

Todo momento es algo, todo paso es una decisión.
Cada latido es un regalo. Por no haber entendido eso tuvo que confesar, allá en sus años viejos, la Marquesa de Sevigné:
-"¡Qué feliz era yo en aquellos tiempos en que era infeliz!.


Era ese tipo de persona que se pasa su vida haciendo cosas que detesta para conseguir dinero que no necesita y comprar cosas que no quiere para impresionar a gente que odia.
- Emile Gauvreay -


El animal al que más se parece el tipo... es el mono. Pero el animal al que más debería parecerse es, sin duda alguna, a la vaca.
Si la vaca pudiera expresar sus conocimientos, asistiríamos a uno de los espectáculos más completos que pudieran tenerse de las cosas de este mundo. Los detalles del comportamiento de la vaca integran una contrafigura terminante de la improvisación. La vaca mira al tren lentamente, desde que lo ve aparecer hasta que lo pierde de vista, y mira, lentamente, al mismo tiempo, al viajero que se acerca a la costa del alambrado.
La vaca mira siguiendo directivas personalísimas, con una mirada de consistencia líquida, inyectable y abarcante. La vaca... es un ejemplo de formalidad.Y después está el caso de la ostra. Siendo todavía muy pequeña, la ostra flota en la superficie del agua con la apariencia de un trocito de gelatina y sin valva alguna aún que la recubra.
Pero en cuanto, pasado el tiempo, la valva comienza a formarse, la ostra se sumerge y va a yacer en el fondo. Allí se pega a una roca y se dispone a vivir dejando que el agua le entre para alimentarse con los pequeños cuerpos que arrastra. A veces, junto con los cuerpos útiles, se introducen entre las valvas otros que solo sirven para causar molestias, como granos de arena, huevecitos de peces u otras cosas así.
Al sentirse incómoda por alguna de ellas, la ostra trata de expulsarla. Pero cuando no puede, se enoja, lo mismo que el tipo cuando no puede... Solo que la ostra comienza a segregar una materia muy fina, muy suave, con la que va envolviendo al objeto para hacerlo inofensivo. Y cuando el objeto ha sido envuelto, está transformado en una perla.
Decididamente, el tipo, que da el puñetazo sobre la mesa, el portazo a la puerta, el puntapié al perro, la mala contestación al inocente, debería aprovechar cualquier fugaz momento de lucidez para reconocer que tendría que mandarle a la ostra, por lo menos, una tarjeta de felicitación.





Wimpi, seudónimo de Arthur García Núñez, periodista y narrador uruguayo, nació en 1906 en Montevideo y falleció en Buenos Aires en 1956. Trabajó en los diarios El Plata y El Imparcial y en la revista humorística Peloduro. La masiva difusión se la dio la radio donde decía sus incisivos textos. Asimismo hizo libretos para actores.
De muchacho se fue con su madre a la ciudad de Buenos Aires, y estudió en el Colegio Nacional Mariano Moreno, para ingresar más tarde en la Facultad de Medicina. Pero abandonó la carrera,marchándose a la aventura, a El Chaco. Luego de mil peripecias, a las que relegó en el último lugar de la memoria, como si hubiese querido borrarlas definitivamente del recuerdo,regresó a Montevideo. Fue redactor de El Imparcial y posteriormente de El Plata. El periodismo y la radio sustentaron su prestigio, que se tornó amplio y aplaudido, sin dificultades para aceptárselo con plenitud absoluta. Cuando Wimpi apareció en la prensa porteña, allá por 1946, se produjo un fenómeno cercano al deslumbramiento que provocan siempre todas las revelaciones gratas al espíritu, la aprobación y hasta la adhesión ruidosa
del público que comenzó a leerlo, fue inmediata y resonante. El gusano loco y Los cuentos del viejo Varela fueron los únicos libros que la timidez de Wimpi se atrevió a publicar después de tremendas dudas. Muchos otros corrieron el destino del fuego, al que los arrojó el autor, incapaz de sobreponerse a su sentido extremo de la autocrítica. La taza de tilo, Ventana a la calle, Cartas de animales, Viaje alrededor de un sofá, Vea amigo, La risa, Los cuentos de Don Claudio Machín, El fogón del viejo Varela y La calle del gato que pesca, acaso pudieron correr idéntico camino, pero el inesperado y llorado fallecimiento de Wimpi acaecido en Buenos Aires el 9 de setiembre de 1956, los salvó de tan quemante suerte.
Lo insólito , pero no poco común es que a este talento Uruguayo , lo descubra primero Buenos Aires y edite 11 obras completas de quien merece un gran reconocimiento en Uruguay

Aquí otro texto de Wimpi :

LA ACEITUNA DEL MEDIO

El saber y la cultura son dos cosas distintas.
El saber depende del número de conocimientos que un hombre ha adquirido. Es una cuestión de cantidad.
La cultura depende del modo en que el hombre se conduzca. Es una cuestión de calidad.
Hay sabios que cuando abandonan la biblioteca, el laboratorio o el anfiteatro, no saben qué hacer. Son sabios incultos.
El médico sabio, por ejemplo, se nota en la forma cómo cura a un enfermo; el médico culto se nota por la forma en que lo trata.
Hombre culto es aquel que con la misma capacidad que cumpliera su tarea profesional, cumple, luego, su tarea de persona.
En el consultorio el médico, en el bufete el abogado, en la cátedra el profesor de historia, utilizan un saber. Pero, luego, ante el semejante que no esté enfermo, que no estudie historia, demuestran —o no demuestran— su cultura.
En una observación panorámica, la cultura es muy parecida a la buena educación.
No puede considerarse bien educada a una persona sólo porque levante el dedo chico al tomar la cucharita del helado.
El no hacer ruido con la sopa, el no atarse la servilleta con un moño en la nuca, son condiciones necesarias de la buena educación, pero no son condiciones suficientes.
Debe entenderse por buena educación el resultado de una integración de educación; la sentimental, la espiritual, la mental, la moral.
Cuando el hombre está bien educado para esas cuatro posibilidades de su volcarse en el mundo, es un hombre bien educado. Un hombre culto. Porque no solamente no le da vuelta los botones al otro mientras le habla, sino que, además, se halla capacitado para situarse —con beneficio para sí y sin perjuicio para los demás— ante el mundo y la vida.
Un ingeniero culto es el que, además de saber construir un puente que no se caiga, pincha la aceituna del medio porque sabe, también, que las otras aceitunas, rodeándola, no la dejarán escapar.

Fuente :

Wimpi- La calle del gato que pesca-Editorial Freeland
Buenos Aires - 1978



El humorismo de Wimpi

ç"El gusano loco", selección de charlas radiales de Wimpi, ha obtenido un asentimiento popular ante el cual, pues, sería una imprudencia imperdonable hacernos los desentendidos.

Decía Chesterton que el humorismo es un género que requiere un fondo de gran seriedad; verdad que debe repetirse: el humorismo es una cosa seria, es un subproducto de una actitud hondamente adoptada, una manera de iluminar al sesgo temas defendidos por prejuicios que sólo ceden a modos sorprendentes o paradojales. Un Chejov, un Chesterton, un Shaw, tienen siempre algo que decirnos y con su risa nos están enseñando cosas muy serias. Un Wimpi, por el contrario, usa esas cosas serias como andamio para sus chistes, por lo que las convierte de serias en risibles.
En Wimpi se ejemplariza esa "rebelión contra la cultura", esa "cabriola rebelde y anticultural", ese "placer de gravitar hacia abajo" con los que Américo Castro (en "La peculiaridad lingüística rioplatense") caracteriza con acierto el lunfardismo y el gauchismo de estas latitudes. Es, en ese sentido, una clase de humorismo típicamente adolescente: fragmentario, inconexo, pródigo en piruetas sorprendentes y en aproximaciones "geniales" (como la del fantasma que creía en los fantasmas), reacción contra un mundo cultural a cuya disciplina le resulta demasiado oneroso el someterse. Washington Lockart
Asir - Revista de literatura
Nº 32 - 33 - mayo - junio 1953







Transcripción de la entrevista a Eduardo DAngelo, actor y
libretista, allegado profesionalmente a la familia de Wimpi.



««Una vez le dieron un guión para que él agregara algunos diálogos. Era una película llamada“El Curandero”, de Mario Soffici. Él tenía gran facilidad para los diálogos, pero en general no escribía para cine. Y no es que no pudiese hacerlo; el problema era el tiempo. Siempre vivió contrarreloj, y llegó a tener hasta 14 programas simultáneos entre los de Uruguay y los de Buenos Aires.
«Y era una época en que la comunicación no era fácil. Nada que ver con lo que es ahora, con las posibilidades que da Internet. En esa época había que sentarse en una máquina de escribir,poner varios carbónicos y hacer las copias que se pudiera. En las radios había copistas que hacían ese trabajo, pero era un trabajo brutal y llevaba mucho más tiempo. Wimpi escribía con dos o tres máquinas al mismo tiempo.
«Él tenía programas de media hora y de quince minutos. Pero no es que se pudiera tomar todo el tiempo del mundo y dedicarse exclusivamente a eso. Los escribía junto con los libretos de radio para actores como Pinocho o Pepe Iglesias, El Zorro y con otras cosas que le iban surgiendo.
«Wimpi hacía un micro de quince minutos que se llamaba El Peluquero, un personaje que llegó a ser bastante famoso. Por ahí hay fotos del actor que hacía de peluquero… Este que tengo yo es un libreto de junio de 1950; son tres páginas. En el programa se hablaba mucho sobre la actualidad del momento. El programa siguió por lo menos hasta el año 53.
«En Uruguay solo trabajó en Carve, que lo tenía bien agarrado porque él era el número uno del Río de la Plata. En Buenos Aires trabajó en la radio El Mundo…
Wimpi anotaba todo,
todo: risitas, risas, aplausos… No dejaba nada librado a la improvisación del actor».

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