El pintoresco pueblo de pescadores Punta del Diablo muere en el mar. Con calles curvadas por el viento, con una arquitectura rústica y con playas que seducen a todo aquel que pisa sus arenas, es uno de los balnearios preferidos por quienes visitan el Norte uruguayo. Una enorme cantidad de piedras embellece el paisaje costero con formas redondeadas por el caprichoso trabajo del tiempo, huellas emblemáticas de la erosión del mar y el viento.
Ubicado casi en el kilómetro 300 de la ruta 9 que nace en Montevideo, Punta del Diablo pertenece al departamento de Rocha y se encuentra a 140 kilómetros de Punta del Este y a 60 kilómetros de la localidad de La Pedrera.
La brújula nos cuenta que Punta del Diablo se encuentra rodeado al norte por el Parque Nacional Santa Teresa, al sur por las reservas forestales de pinos y eucaliptos, al este por la bravura del océano Atlántico y al oeste por la fantástica Laguna Negra, meta de innumerables excursiones durante el verano.
Al igual que en otros conocidos balnearios uruguayos, sus playas más visitadas son La Brava, con olas grandes y movedizas, y La Mansa, mucho más tranquila porque descansa sobre una pequeña bahía que la resguarda del viento. Se trata de dos opciones perfectas para divertirse: una, para los jóvenes y surfistas, y la otra, para padres de niños pequeños que pueden jugar lejos del peligro sin dejar de disfrutar del agua.
Los artesanos y sus artesanías también encontraron su lugar en Punta del Diablo, casi pegados al mar. En el extremo más rocoso se ha instalado una feria artesanal con puestos autorizados que muestran al turista todo tipo de trabajos realizadas con caracoles marinos, maderas, cerámicas y estrellas de mar.
Por las noches, además de esta feria, distintos y acogedores paradores ofrecen cenar deliciosas comidas de mar y disfrutar con excelentes tragos cualquiera de las veladas que terminan generalmente antes de que salga el sol.
La pesca es también sinónimo de Punta del Diablo. Aquí, el tiburón es el gran protagonista y de él depende la mayoría de los pescadores artesanales que amarran sus coloridos botes en la costa y esperan las bondades del clima para salir en su búsqueda, algo que pueden apreciar los visitantes que madruguen o que esperen a ver cómo al atardecer decenas de hombres regresan con la pesca del día de este bello pero respetado mar.
sábado, 2 de julio de 2016
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